Sevilla 2017: La carrera perfecta
por José Carlos Galván
Los corredores populares tenemos explicaciones para todo.
El frío, el calor, el viento. El descanso, la activación. La pasta -hidratos de carbono-, las sales, la glucosa, la cafeína. La zapatillas, la ropa compresiva, las rozaduras. El asfalto, los desniveles, las bajadas. Hay factores de sobra para sustentar todo éxito o todo fracaso. En este sentido somos muy futboleros.
Siempre existen argumentos para defender una postura y también la contraria.
O casi siempre. He desistido en el esfuerzo por encontrar razones absolutas que muestren las claves de mi rendimiento en el Maratón de Sevilla 2017. Las tres horas y cinco minutos invertidas evidencian una evolución casi matemática de media hora por año desde mi debut en 2015. Menos lógica es la mejora con respecto al objetivo original para este año, bajar de tres horas y media, y con respecto a las previsiones tras casi cinco meses de duro trabajo, unas tres horas y cuarto.
Tengo claro que una de las causas de tan notable satisfacción fue el equipo que me acompañó en la gris mañana del 19 de febrero. A partir de ahí, valen todas las especulaciones.
Sí, porque era mi tercera maratón, pero a muchos efectos era la primera. Me estrené como miembro de un club y por primera vez había seguido un plan de entrenamiento específico de entrenamientos. En los dos precedentes me había limitado a la empresa de terminar la carrera, en 2015, y a ser al año siguiente un poco menos conservador que en el debut. En ambos casos, la soledad fue un punto de apoyo para el necesario afán de superación.
Pero en compañía se está mucho mejor. Juan Iglesias no solo me elaboró un plan que considero perfecto a tenor del resultado, sino que diseñó toda una hoja de ruta de asistencia en carrera para todos los miembros del Club Atlético Punta Umbría. Otros componentes del club que no participaron se prestaron a ese impulso solidario de forma desinteresada: Tuti, Paula, Gema, Monchi, Sebas y Antonio. Y la carrera la compartí con Manuel, Paco, Ezequiel y Dani. Todo un honor.
Te llevas semanas y hasta meses pensando en la indumentaria y accesorios, en función de la climatología y de los gustos, y al final tienen más peso las intuiciones de última hora. En el último momento decidí rellenar los huecos de la camiseta de tirantas con otra camiseta.
Por mucho que anunciaran calor, recordé que en las ediciones anteriores entré en meta con mangas largas, guantes y braga al cuello. No era para tanto, pero tampoco para desafiar al frío hispalense de las primeras horas de la mañana.
La otra 'gran' decisión a 10 minutos de comenzar la carrera fue la de usar tiras nasales por primera vez en mi vida. Fue una recomendación de Tuti, que me las proporcionó como esa madre que le da una estampa de un santo a su hijo antes de ir a la guerra.
Desconozco el grado de eficacia de estas 'pinzas', pero en este caso también tengo que darle valor, aunque sea el de la superstición. Cualquier detalle se convirtió en un factor decisivo para mí. No se entiende de otra forma que pudiera hacer la carrera perfecta: Ni una molestia, ni un síntoma de flato y cansancio, el justo.
El inicio de la carrera fue propicio para todo lo contrario. El año anterior tuve problemas para coger el ritmo que deseaba por el tapón formado en los primeros ocho/nueve kilómetros.
Con el temor de que se repitiera este episodio, elevé la velocidad nada más pasar por el arco. Esta vez no encontré retenciones y opté por mantener el ritmo que había adquirido, superior en unos 15 segundos al previsto. Fue todo un riesgo, pero me salió bien.
“Vas muy rápido”, me dijo Juan Iglesias al paso por el kilómetro 10. Era así, pero solo por registro, no por sensaciones. Me sentía cómodo y apenas notaba desgaste.
Mi 'táctica' improvisada a partir de entonces fue tratar de mantener la cadencia en objetivos de cada cinco kilómetros. A un mínimo síntoma de fatiga, bajaría al ritmo programado, me dije a mí mismo. Alcancé el 15, el 20, el 25… Y seguía con la misma zancada.
Me ayudó el pensar que los 'runners' del Club Atlético Punta Umbría que se habían quedado en casa me estarían siguiendo a través del 'chip'. Y una vez creada una expectativa, no podía defraudar, de ahí que a partir del 25 hiciese, ahora sí, un esfuerzo por continuar con el mismo paso.
En los kilómetros 30-32 coincidí con un grupo de corredores de Huelva. “¿Tú ya has bajado de las tres horas alguna vez?”, me preguntó uno de ellos. “Ni lo he hecho ni lo voy a hacer, al menos hoy”, le contesté antes de que me hiciera pensar con su última pregunta: “Entonces… qué haces aquí a estas alturas de la carrera?”. Fue entonces cuando tomé conciencia real de la rapidez que llevaba.
Todo tiene un límite, en cualquier caso, y en la maratón se da por hecho que tienes que vivir de las rentas en los últimos kilómetros. Lo de bajar de las tres horas no fue una meta en ningún momento de la mañana. Para ello, tendría que haber hecho una segunda media maratón más rápida que la primera y al ritmo medio que llevé era imposible. Las tres hora y cinco ya fueron un milagro.
A partir del 35, el propósito era no perder demasiado de lo avanzado. El ritmo bajó, pero dentro de límites muy productivos. Los últimos cinco kilómetros los hice por debajo de la marca de cualquier carrera del año anterior. Resistí dignamente.
El último impulso me lo dieron los mismos que me habían dado el primero, los Iglesias, Tuti, Gema…, que me esperaban en el 37 con sus ánimos. Las fuerzas flaqueaban de forma inversamente proporcional a los gritos de apoyo que se escuchaban en el casco histórico de Sevilla. Una cosa por la otra. Da igual cómo vayas de preparado a la maratón hispalense a la hora cruzar del centro urbano al estadio. Se hace igual de interminable. Si vas con poco trabajo, llegas exhausto. Si vas con mucho bagaje de kilómetros, has ido más rápido durante la carrera.
Una vez superada la transición y con el estadio a la vista solo queda disfrutar del sufrimiento, una paradoja que nadie como el maratoniano puede entender. Minutos de tortura, minutos de gloria.
Me dolió mucho adelantar a mi compañero Ezequiel a pocos metros del Olímpico. Su objetivo era bajar de las tres horas, pero los problemas físicos le limitaron mucho durante muchos kilómetros. En cualquier caso, era su primera maratón y según este hecho cumplió con creces. Tiene mucho potencial para superarse en próximas ediciones.
En un primer momento pensé en entrar en meta junto a él, que prácticamente iba andando a falta de kilómetro y medio. Sin embargo, ocurrió una circunstancia que me hizo, incluso, cambiar de ritmo. Miré el reloj y entre la amalgama de dígitos de estos aparatitos con GPS vi un '11'. “Vaya -pensé- he perdido mucho tiempo en los últimos kilómetros porque Juan Iglesias me había dicho en el 37 que podía bajar de 3.10”. Bueno, pues hay que conformarse con 3.15, pero para eso hay que acelerar. Y lo hice.
Ya no había fuerzas, pero sí voluntad. Un último esfuerzo entre lágrimas, las que te generan el tartán, preludio del triunfo, después de 42 kilómetros. La emoción fue aún mayor cuando encaré la recta de meta y aprecié que el reloj de la organización estaba en 3.05. No sé que había visto en mi muñeca instantes antes.
Lo que sí vi y era real fue la satisfacción máxima cuando Sevilla 2017 acabó para mí con esa simbólica medalla colgada al cuello. Objetivo más que cumplido después de decenas de entrenamientos a deshoras, con frío, calor, lluvia e incluso granizo.
Mereció la pena.
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Tarriño (jueves, 27 abril 2017 22:22)
Que buena y bonita descripción. Eres un maquina y estamos en un gran equipo.
Juan Olmedo (jueves, 27 abril 2017 23:51)
Eres todo un crack, ha sido un placer haberte acompañado en algún que otro entreno.
El año que bajaras de las 3 horas seguro. Un fuerte abrazo.
José Mora (viernes, 28 abril 2017 22:10)
La grandeza se mide en sentimientos y así de grande eres compañero... Gracias por compartir entreno aunque fuese rodaje suave. ...
José Carlos Galván (viernes, 28 abril 2017 22:24)
Vosotros sí que sois grandes. Un abrazo